
Foto: Daniel Becerril (REUTERS). Tomada de El País
Por
Celestino Aponte
Sufrimiento, dolor y aflicción. Tres vocablos que definen el estado emocional actual de una franja bien amplia de venezolanos. Al menos de una nada despreciable fracción de la diáspora venezolana y su familia.
En principio fue la separación involuntaria de hijos, padres y cónyuges en búsqueda de oportunidades que el país les niega, gracias al estrepitoso fracaso de los desgobiernos venezolanos de las dos últimas décadas. Luego, las largas y dolorosas travesías por fronteras, trochas y carreteras; víctimas de la xenofobia y la ignorancia de pueblos hermanos. Atrapados y atropellados por políticas migratorias de Estados que privilegian los controles internos por sobre los derechos humanos y la dignidad de las personas, migrantes venezolanos y de otras latitudes que huyen de la miseria y la persecución política. A lo cual se suma, lamentablemente, la incursión en países vecinos de bandas criminales de origen nacional contribuyendo a la estigmatización del venezolano. El tristemente célebre “Tren de Aragua", por ejemplo, crimen organizado dirigido desde las cárceles del país donde los "pranes" viven como reyezuelos y desde las "zonas de paz" creadas por el régimen que desgobierna a Venezuela.
Episodios de dolor como el encierro en prisión y luego quemados vivos como ocurrió en México recientemente, los acorralados en la frontera Chile - Perú e impedidos de regresar, los abandonados y desaparecidos en selvas y caminos y el asesinato por arrollamiento en Brownsville, Texas, Estados Unidos de Norteamérica a un numeroso grupo de migrantes Venezolanos constituyen una desgracia continuada que demanda de los venezolanos actos concretos de solidaridad y manifestaciones objetivas de amor al prójimo, más allá de las palabras. Tal vez, la fracción de la diáspora que se ha integrado a la sociedad en los países receptores puedan organizarse y diseñar proyectos orientados al apoyo a los menos favorecidos para una efectiva incorporación de éstos a los mercados laborales, amén de proyectos puntuales de solidaridad provisional, así como de asistencia jurídica dirigida a legalizar el estatus de quienes están desorientados y sobreviven en un limbo de incertidumbres y frustración.
Al interior del país los ciudadanos venezolanos en general, la sociedad civil, las formaciones políticas y la sociedad económica tenemos una elevada responsabilidad en la función de erradicar la causa última de la desgracia descrita. Esa causa no es otra que el gobierno del señor Maduro, el modelo político que ha implantado al margen de la ley y la Constitución Nacional y la extendida corrupción que forma parte esencial de su naturaleza.
Al interior del país los ciudadanos venezolanos en general, la sociedad civil, las formaciones políticas y la sociedad económica tenemos una elevada responsabilidad en la función de erradicar la causa última de la desgracia.
Una política realista, asertiva, democrática, electoral y unitaria es el camino. Ruta que tiene que trascender a la miopía política de la elite que ha dirigido y dirige las luchas por la democracia; más aún, capaz de empinarse sobre la visión estrecha del beneficio material e inmediato, propio de la élite económica; que dé al traste con las practicas divisionistas y suicidas de políticos inmaduros y ególatras y, por supuesto, que apueste sin excusa alguna por la elección de un candidato presidencial unitario democráticamente elegido – valga la redundancia- de cara al año 2024.
Una política realista, asertiva, democrática, electoral y unitaria es el camino. Ruta que tiene que trascender a la miopía política de la elite que ha dirigido y dirige las luchas por la democracia.
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